Extrañas Noches en El Palmar
En los primeros días en su nuevo hogar, Delfino notaba algo peculiar. A mitad de la noche, siempre escuchaba en las afueras de la casa el ladrido persistente de los perros del barrio. Vivían en una calle de terracería, desolada y rodeada de una quietud inquietante. Pero no solo eran los ladridos lo que lo inquietaba: en noches especiales, pasos se hacían presentes, resonando en la oscuridad como si alguien caminara cerca. A pesar de esto, Delfino no le daba mayor importancia. "Solo el viento", pensaba, ignorando los primeros signos de lo que estaba por suceder.
La Noche del Encuentro
Una de tantas noches, cuando la luna llena colgaba alta en el cielo, Delfino estaba en su habitación. Eran cerca de las once cincuenta, y los ladridos de los perros se tornaron aún más insistentes. Observó su reloj, el tiempo avanzaba hacia la medianoche. De repente, esos pasos que antes parecían lejanos comenzaron a escucharse más intensamente, como si alguien se acercara. Movido por la curiosidad y el atrevimiento, decidió salir de su casa para ver qué ocurría.Al abrir la puerta, notó que su perra, La Negra, estaba inquieta, gruñendo suavemente, como si presintiera algo terrible. Delfino no le prestó demasiada atención, y en el momento en que pisó el umbral, sus ojos captaron una figura a lo lejos.
El Terror Encarnado
Bajo la luz pálida de la luna, se distinguía la silueta de una mujer vestida con una larga túnica blanca. Caminaba lentamente, arrastrando los pies por el suelo, y pronto su lamento llenó el aire, un sonido que parecía provenir de las mismas profundidades de la tristeza. Era un gemido desesperado, cargado de dolor.
Delfino quedó petrificado por el miedo. Su cuerpo se sentía pesado, sus pies inmóviles y su cabeza parecía crecer en tamaño, mientras esa figura espectral se acercaba cada vez más. Por más que lo intentaba, no podía moverse, ni siquiera gritar. Era como si estuviera atrapado en una pesadilla.
Los lamentos de la mujer se hicieron más fuertes, más desgarradores, y Delfino no podía hacer nada más que observar. De repente, su perra, La Negra, se lanzó hacia él y le mordió con fuerza la pierna, sacándolo de ese estado de parálisis. El dolor lo hizo reaccionar. Como si hubiera despertado de un mal sueño, pudo mover sus piernas y corrió de vuelta a la casa, cerrando la puerta de golpe detrás de él.
El Grito de la Llorona
En ese instante, un grito aterrador resonó por todo el lugar, un sonido que hizo que la piel de Delfino se erizara. Afuera, la mujer seguía lamentándose, y su voz se fue desvaneciendo lentamente, mientras sus pasos se alejaban en dirección a la vereda que conducía al cementerio.Esa noche, Delfino no durmió. Permaneció en su cama, escuchando los últimos ecos del llanto de la Llorona, y sintió que había estado muy cerca de un destino sombrío.
La Advertencia del Vecino
Al día siguiente, Delfino, aún perturbado por lo ocurrido, decidió contarle a su vecino lo que había presenciado. El hombre, un anciano del lugar, lo miró con seriedad y le dijo que lo que había visto era algo común en esa zona. Según le explicó, por la vereda cercana, que conducía al cementerio, la Llorona solía pasar en busca de sus hijos perdidos.
—Tuviste suerte —le advirtió el vecino—. Si no hubiera sido por tu perro, habrías quedado atrapado en su embrujo. La Llorona se habría llevado tu alma.
El Nuevo Miedo de Delfino
Desde ese día, Delfino adquirió una nueva costumbre. Cuando llegaba la noche, y los grillos comenzaban su canto, él se aseguraba de estar dentro de su casa. Cuando los perros del barrio empezaban a ladrar en coro, él se encerraba con rapidez, y aguardaba en la oscuridad de su habitación. Cada noche, justo a la medianoche, escuchaba los pasos, seguidos del eterno lamento de la Llorona, resonando con las palabras que ahora ya conocía de memoria: "¿Dónde están mis hijos?"
Conclusión
Esta leyenda nos recuerda que hay fuerzas que, aunque invisibles durante el día, dominan la noche. La historia de Delfino en El Palmar es solo una de tantas que se cuentan en los pueblos donde la naturaleza y lo sobrenatural se entrelazan. A veces, los gritos y lamentos no son solo ecos del pasado, sino advertencias que nos invitan a mantenernos alejados de lo desconocido.
Autor: Alvaro Rojas Melendez.
El Palmar Quetzaltenango.
Email: alvarome2003@gmail.com