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sábado, 18 de mayo de 2024

Posted by El Palmar Tv. 14:49:00 No comments

 

En el hermoso y siempre húmedo poblado de Nuevo Palmar, se cuenta una leyenda que ha pasado de boca en boca, poniendo los pelos de punta a quienes la escuchan. Era una noche de lluvia intensa, donde el cielo lloraba con furia y los relámpagos iluminaban fugazmente las calles desiertas. Jacinto, un joven mototaxista conocido por su valentía y arduo trabajo, se encontraba haciendo sus habituales recorridos, llevando pasajeros de un lado a otro a pesar del temporal.

 

Cerca de la medianoche, cuando regresaba de un viaje largo, mientras avanzaba por la carretera que bordea las haciendas, sus ojos captaron una figura etérea bajo la cortina de lluvia. Era una mujer de hermosa figura, envuelta en un vestido blanco que parecía resplandecer bajo la tormenta. Con una mano levantada, la dama le hacía señas para que se detuviera. Jacinto, impulsado por la curiosidad y la compasión, frenó su mototaxi y la mujer se subió rápidamente, empapada pero sin perder su aire de misterio.

 

"¿Hacia dónde se dirige, señorita?" preguntó Jacinto con cortesía, esperando aliviar la tensión del momento. La mujer, con el rostro oculto bajo una melena oscura y empapada, respondió en un susurro que parecía venir de otro mundo: "Llévame a la iglesia de Pueblo Nuevo."

 

Durante el trayecto, el silencio era tan denso como la negrura de la noche. Jacinto intentó romper el hielo comentando sobre la inclemencia del tiempo, pero la mujer, con una voz fría como el hielo, le ordenó que se limitara a conducir. Al llegar a la iglesia, Jacinto quedó perplejo al ver las puertas abiertas a esa hora tan tardía. La mujer le pidió que esperara, prometiéndole que le pagaría por su tiempo. Sin más, ella desapareció en el interior del templo.

 

Pasaron quince largos minutos antes de que la figura en blanco emergiera de nuevo. Sin mediar palabra, se subió al mototaxi y le indicó que la llevara de regreso a El Palmar, guiándole a través de un laberinto de calles desiertas por la hora. Jacinto, observando a la mujer por el retrovisor, no podía evitar preguntarse quién era esa misteriosa pasajera, cuyo aire de nobleza contrastaba con el lugar y la hora.

 

Cuando pasaron frente al cementerio del pueblo, la mujer rompió su silencio para pedirle que se detuviera. "No puedo dejarla aquí, señorita. Es casi medianoche y este lugar es peligroso," protestó Jacinto con preocupación. Pero ella, con una voz que parecía provenir de lo más profundo de la tierra, le respondió: "No te preocupes por los muertos, sino por los vivos." Le entregó cinco billetes de 20 quetzales y se alejó, desvaneciéndose en la negrura del camposanto.

 

Jacinto, aún conmocionado, guardó el dinero en su mochila y se dirigió a casa. Al día siguiente, relató su extraño encuentro a sus amigos, sintiéndose afortunado por haber ganado 100 quetzales en esa noche tempestuosa. Sin embargo, al buscar los billetes en su mochila, encontró en su lugar puñados de tierra de cementerio, fría y húmeda.

 


Fue entonces cuando se desveló la verdad detrás de su encuentro. La mujer que había llevado no era otra que el alma de una joven fallecida pocos meses antes, conocida por su devoción religiosa y su costumbre de rezar cada noche en la iglesia de Pueblo Nuevo. Se decía que, en vida, ella había impuesto esa penitencia sobre sí misma, y su espíritu continuaba cumpliéndola incluso después de la muerte.

 

La experiencia dejó una marca indeleble en Jacinto. Aprendió que hay misterios en la noche que es mejor no cuestionar y que las almas en pena deben ser tratadas con respeto. Desde entonces, la leyenda advierte a los mototaxistas del Nuevo Palmar: no levanten pasajeros en la oscuridad de la noche, pues podría ser un alma que aún no encuentra su descanso.


Autor: Alvaro Rojas Melendez.

email: alvarome2003@gmail.com

miércoles, 15 de mayo de 2024

En el camino a Monte Claro, un lugar rodeado de vastas siembras de maíz, pa cayas, y frutas, cada día se veía pasar a los campesinos que subían a trabajar en sus parcelas, mientras disfrutaban de las impresionantes vistas de los volcanes.



Entre estos trabajadores, estaba Don Celestino, un hombre dedicado que subía sin falta todos los días con su familia,  para cuidar de sus cultivos de café. 


Un día de noviembre, decidió llevar consigo a su hija Matilde, quien rara vez se unía a ellos en estas jornadas.


Después de una ardua mañana de trabajo, cargaron varios sacos llenos de café y se encaminaron de regreso al antiguo palmar, donde planeaban vender su preciado producto. 


Matilde, poco acostumbrada al esfuerzo físico, se rezagó y al llegar a un punto conocido como la piedra Cuache, vio a un diminuto hombrecillo que la saludaba desde lo alto de una roca.


El pequeño ser se ofreció a ayudarla con su carga, y a pesar de su apariencia frágil, logró llevarla sin esfuerzo. Mientras caminaban, el hombrecillo le preguntó a Matilde sobre su vida y origen, y ella, a su vez, le cuestionó sobre quién era él, y qué hacía allí. Con voz suave, el hombrecillo afirmó que él era el guardián de esos parajes, vigilante de todo lo que le pertenecía.


Pero su soledad lo agobiaba y deseaba que Matilde se quedara con él. 

Alarmada, Matilde rechazó la propuesta de inmediato. 


De repente, escuchó un aleteo tras de sí y al girarse, vio su saco tirado en el suelo y el hombrecillo había desaparecido.


Con el corazón acelerado, Matilde recogió su carga y prosiguió su camino hacia el palmar, pero al llegar, no encontró a nadie comprando café ni rastro de su padre y hermanos. Para su sorpresa, descubrió que había pasado más tiempo del que creía.

alguien del lugar le mencionó que su familia llevaba meses buscandola, sin saber de su paradero.


Don Celestino, aliviado al ver a su hija sana y salva, recordó las historias de un duende que habitaba la piedra Cuache, observando a quienes pasaban por allí, especialmente a jóvenes como Matilde. Se decía que estos seres podían ser malévolos, pero también había quienes solo protegían los lugares que consideraban suyos.



Así, la experiencia de Matilde se convirtió en una leyenda más de aquellos parajes, donde la línea entre la realidad y la fantasía,  se desvanecía en la misteriosa presencia del duende, de la piedra Cuache.


Autor:

Alvaro Rojas Melendez.

email: alvarome2003@gmail.com

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