El Abuelo Volcán Alzatate que quería ser un jardín
En Jalapa lejano, allá bien callado,
vivía un volcán, redondito y sentado.
No era famoso, ni echaba humito,
era el Abuelo Alzatate, dormilón y bonito.
Roncaba despacio, suave como viento,
pero un día sintió un gran sentimiento.
—¡Ay, gran púchis, qué aburrición!
Todos hacen algo, ¡menos este volcón!
El Pacaya echa humo, el Tajumulco es gigante,
y yo solo duermo, tranquilo y errante.
—¡Quisiera ser más, tener otra misión!
¡Quisiera ser flores, quisiera un jardínón!
En su cima vivía Chipilín la ardilla,
que brinca y salta como semilla.
Escuchó al abuelo con gran atención:
—¿Y vos por qué hacés tanta preocupación?
—Mirá, Abuelo, no estés tan tristón,
vos ya sos jardín, ¡el más chilerón!
Tenés pinos altos que son tu sombrero,
y pájaros cantan tu canto sincero.
Los conejos juegan, se esconden, se van,
y en tus faldas crece café de mi pan.
Hay aguacatales, duraznos dulzones,
¡tu tierra da vida y un montón de sazones!
El abuelo miró y no lo podía creer,
su corazón volcán comenzó a entender.
Y Chipilín dijo, saltando feliz:
—¡Sos sagrado y querido, así es tu raíz!
La gente Xinka sube a rezar,
pide por lluvia, le gusta cantar.
Vos sos abuelo, protector, guardián,
silencioso y fuerte, volcán bonachón.
Desde ese día ya no se sintió mal,
sabía que era especial, único y genial.
Un volcán dormilón, tranquilo y sereno,
con corazón grande, ¡chapín y pleno!
Y colorín colorado,
este cuento rimado
ya se ha terminado.
El Abuelo Alzatate feliz seguirá,
soñando jardines… ¡y al que quiera visitará!
Autor: Álvaro Rojas Meléndez