Moyu, el volcán bromista
vivía un volcán muy grande y elegante.
Se llamaba Moyuta, grandote y verdoso,
pero todos lo llamaban Moyu, el bromista travieso.
No hacía erupciones ni fuego rugiente,
pero le encantaba asustar a la gente.
“¡Buuu!” soplaba fuerte entre los cafetales,
y los cortadores saltaban ¡igual que los chiquitales!
Luego reían con gran carcajada:
“¡Ese Moyu sí que juega y nos da broma pesada!”
Moyu tenía cuates de gran corazón:
Doña Fumarola, nube de diversión,
Don Cafetal, parlanchín y muy gracioso,
y la Laguna San Juan, espejo silencioso.
—¿Saben qué significa mi nombre? —preguntó Moyu,
y todos se rieron: —¡No, dinos tú!
—¡Lugar de mosquitos! —dijo entre carcajadas—
Sí, los zancudos hacen fiestas por las madrugadas.
Un día Moyu suspiró sin consuelo:
“Quiero mirar el mar, ese espejo del cielo.
Estoy bien altote, ¡mil seiscientos sesenta!
Pero la neblina me tapa la fiesta.”
—¡No te preocupés! —la laguna gritó—
—¡Entre todos los cuates lo lograremos vos!
Fumarola sopló con cachetes inflados,
Cafetal agitó mil granitos tostados,
la laguna brilló como espejo risueño,
¡y la neblina cedió con gran empeño!
De pronto apareció, azul y brillante,
el mar infinito, ¡qué vista elegante!
Moyu soltó risa que todo sacudía:
“¡Al fin veo el mar, qué linda alegría!”
Desde ese día, quien sube a Moyuta,
a veces ve el mar, a veces ni jota.
Porque Moyu travieso se ríe y se esconde,
asusta con vapor… ¡y luego responde!
Pero siempre recibe a los niños contentos,
con cafetales, historias y viento.
Un volcán bromista, juguetón y chapín,
con corazón caliente… ¡y muy traviesín!
¡Y colorín colorado, Moyuta te ha asustado!
Autor: Álvaro Rojas Meléndez