Alejandro, el laboratorista amigo
En un pueblito soleado, de risa y canción,
vivía Gaby con tos y dolor.
La pancita le dolía, la fiebre subió,
y su mamá al doctor la llevó.
—¡Ay, doctor, doctor, qué podrá ser!
Mi niña no juega, no quiere correr.
El doctor la miró, con ojos sinceros,
y dijo: —Necesito a mi amigo sincero.
—¿Quién es ese amigo? —Gaby preguntó.
—Es Alejandro, ¡el laboratorista mejor!
Con tubos, colores y un microscopio genial,
encuentra las pistas de todo mal.
Gaby pensó: “¿Y qué pasará?
¿Será divertido? ¿Me dolerá?”
Alejandro llegó con sonrisa brillante:
—¡Hola, campeona! Te cuidaré en un instante.
Con bata blanquita y voz de canción:
—Verás un pinchón, ¡pero rápido, zon!
Un “ay” chiquitito, después ya no más,
y pronto sabremos qué tienes de veras.
Pum, pum, pum, la muestra tomó,
las máquinas zumban: zzzip, zzzap, zzo.
El microscopio giró, la lupa brilló,
y Alejandro al doctor las pistas llevó.
—¡Aquí está la clave! —le dijo feliz.
—Ahora sé cómo curar a mi aprendiz.
Gaby escuchó, y se sintió mejor,
¡ya había un remedio para su dolor!
Saltó de la cama, corrió por el suelo,
y dijo: —¡Alejandro es mi héroe del pueblo!
Porque un buen doctor no trabaja solito,
con su laboratorista encuentra el caminito.
Y así aprendió Gaby, contenta y calmada:
que un pinchón se olvida y la pena es borrada.
El trabajo en equipo, con ciencia y amor,
le devolvió rápido su gran buen humor.
🎉 Y colorín colorado, con salud y amistad, este cuento rimado se ha terminado.
Autor: Álvaro Rojas Meléndez