El Abuelo Quetzaltepeque
¡Hola patojada, escuchen con gana!Aquí viene un cuento de tierra chapina, tempranito en la mañana.
Había una vez, allá en Chiquimula,
un volcán gigante con carita de abuela chula.
Pero no tiraba fuego, ni ceniza, ni calor,
era un abuelo dormilón, bonachón y de buen humor.
Su nombre era largo, bonito y chapín,
Quetzaltepeque, ¡qué volcán tan fin!
(No como el lujo que brilla y reluce,
sino porque a todos cariño les produce).
En vez de humo y lava que todo arruina,
tenía bosquecitos que cambiaban su esquina.
Verde en verano, dorado en invierno,
con pajaritos cantando su canto tierno.
Pero aquí viene el secreto, ¡pónganse atentos!
¿Por qué “Quetzaltepeque”? ¡Les cuento en un momento!
Hace mucho, pero mucho, en un tiempo lejano,
vivían quetzales con plumaje temprano.
Verdes brillantes, rojos de fresa,
colas larguísimas, ¡qué belleza!
Entre todos había un quetzal chiquitito,
se llamaba Kukul, era puro periquito.
No era el más grande, ni el más pintado,
pero era curioso, alegre y arriesgado.
Volaba a la cima, donde el volcán dormía,
y la nube traviesa lo abrazaba todo el día.
Desde allí miraba el valle y el río,
los pueblos, las casas, ¡todo el gentío!
Kukul y el volcán se hicieron compadres,
uno contaba cuentos, el otro guardaba tardes.
Fue el quetzalito quien un día declaró:
“¡Este volcán será Quetzaltepeque, y así se quedó!”.
Desde entonces el abuelo no duerme de flojo,
sueña cuidando con cariño a su antojo.
Cuida a la gente, al bosque y al río,
y a veces en el viento se escucha su brío.
Así que patojos, si un día ustedes suben,
calladitos, calladitos, que las aves no se asusten,
quizá vean a Kukul con su cola brillante,
volando feliz, ¡como guardián caminante!
Y colorín colorado, del Quetzaltepeque este cuento ha terminado,
con su quetzal alado y su bosque encantado. 🌋🐦🌳
Autor: Álvaro Rojas Meléndez
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