Ixtepeque y su Corazón de Obsidiana
En Jutiapa lejano, de cielo brillante,vivía un volcán chiquitín, elegante.
Se llama Ixtepeque, dormido y callado,
un volcán apagado, pero bien parado.
Mil doscientos noventa y dos metros subía,
con matorrales y piedras que el sol relucía.
No echaba humo, ni lava, ni ruido,
pero tenía un tesoro escondido.
¡Obsidiana brillante, negra y bonita!
parece la noche que nunca se quita.
También hay rojiza, como el sol al bajar,
piedritas que saben cantar y brillar.
Un niño curioso, Ricardo se llama,
le dijo a su madre con toda la gana:
—¡Subiré al volcán, quiero su corazón!
¡Lo busco, lo encuentro, esa es mi misión!
La madre le dijo con voz emocionada:
—Hay una leyenda, de esas bien contadas:
el volcán guarda un corazón de obsidiana,
un regalo de tierra, chispa soberana.
Ricardo subía, ¡qué duro el camino!
Se resbaló mucho, pero iba sin tino.
A cada pasito, sorpresa encontraba:
piedritas brillosas que el sol le mostraba.
Eran estrellitas, redondas, alargadas,
como si el volcán, con manos calladas,
le fuera diciendo: “¡Niño, ven acá!
Mi historia en piedritas te quiero contar”.
Hace mucho tiempo, con fuego y calor,
Ixtepeque rugía con gran resplandor.
Su lava tan rápida se enfrió de repente,
y así nació el vidrio brillante y ardiente.
Ricardo entendió con gran emoción:
el volcán no tenía un solo corazón…
¡Tenía miles, brillando en el suelo,
cuidando la tierra, el campo y el cielo!
Llegó a la cima y nada encontró,
solo tierrita, plantitas y sol.
El cráter tapado dormía tranquilo,
soñando en silencio, guardando su brillo.
Ricardo sonrió y al pueblo miró,
el maíz y los cerros de lejos vio.
Se dio cuenta al fin, con el alma contenta,
que el corazón del volcán en pedacitos se cuenta.
Bajó sin piedras, pero con tesoro,
un secreto guardado que vale más que el oro.
Y cada obsidiana que ahora miraba,
era un regalo del Ixtepeque que hablaba.
Autor: Álvaro Rojas Meléndez
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