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lunes, 1 de julio de 2024

 En un pequeño poblado cercano a El Palmar, a la sombra del majestuoso volcán Santiaguito, vivía un humilde campesino llamado Julio. Su vida giraba en torno a la tierra, cultivando maíz, frijol y algunas frutas locales. Con los escasos ingresos que obtenía, apenas lograba sostener a su familia. Cada día, al regresar del mercado, observaba con envidia los lujos de los terratenientes: sus brillantes vehículos y sus ropas ostentosas, sueños inalcanzables para él.


El deseo de Julio por una vida mejor lo consumía. Había escuchado rumores sobre un personaje misterioso que vivía en las entrañas del volcán, un ser que podía conceder riquezas a cambio de un alto precio. Desesperado, Julio decidió buscar a este enigmático ser, a pesar de sus dudas y miedos.

Una noche de luna llena, armado con una veladora y un secreto ritual enseñado por un brujo local, Julio se aventuró en las faldas del volcán. Mientras murmuraba las palabras sagradas, un armadillo apareció de la nada y lo guió hacia una cueva oculta. La entrada era oscura y tenebrosa, pero Julio, impulsado por su ambición, se adentró sin vacilar.


Dentro de la cueva, un vigilante lo detuvo y le preguntó su propósito. Julio, con voz firme, declaró su deseo de hacer un pacto con el dueño del lugar. De pronto, Juan Noj, un ser de aspecto imponente, montado en un majestuoso caballo blanco, se apareció ante él. Sin mediar palabra, Juan Noj señaló al guardián de la cueva, quien le entregó un cofre a Julio.

"Ábrelo en siete días", dijo el guardián con voz grave, "ni un momento antes, o enfrentarás terribles consecuencias. A cambio, tu alma pertenecerá a Juan Noj para siempre, para trabajar en su hogar que eternamente se destruye y renueva."

Julio, cegado por su avaricia, aceptó sin considerar las implicaciones. "Vive el momento y goza lo que tienes", se repetía a sí mismo.

Pasaron siete días y, al abrir el cofre, Julio encontró una fortuna en efectivo. No importaba cuánto sacaba, el cofre parecía inagotable. Rápidamente, se vistió con ropas elegantes, adquirió un lujoso vehículo y su vida cambió por completo. Los rumores decían que había recibido una herencia, pero nadie conocía la oscura verdad.

El destino sonrió aún más a Julio cuando conquistó a la hija de un acaudalado terrateniente. Se casaron y vivieron una vida de opulencia en una próspera finca. Sin embargo, con el tiempo, la avaricia de Julio lo llevó a descuidar sus responsabilidades. Los ingresos de la finca se gastaban en lujos y viajes, y el cofre, aunque mágico, no podía satisfacer su insaciable ambición.

Los años pasaron y la finca se convirtió en una sombra de su antigua gloria. Los hijos de Julio partieron al extranjero y él, al darse cuenta de que el tiempo para entregar su alma se acercaba, buscó desesperadamente deshacer el pacto. Recurrió a brujos y a iglesias, pero nada podía revertir lo que ya había disfrutado.

Una tarde, un emisario de Juan Noj apareció en la finca, montado en un caballo negro. "Es hora", dijo el mensajero, y Julio, arrepentido y derrotado, no tuvo más remedio que seguirlo. Mientras se alejaba, vio a los colonos de la finca llevar una vida sencilla pero feliz, una vida que él había despreciado por su deseo de riquezas.

Así, Julio fue llevado al volcán, donde su alma quedaría atrapada para siempre, sirviendo a Juan Noj en una eternidad de penurias. La ambición y la avaricia lo habían llevado a su perdición, una lección eterna para aquellos que desearan escuchar.


Autor:

Alvaro Rojas Melendez.

escribeme: alvarome2003@gmail.com

derechos reservados.




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