El cuentón de los vendedores ambulantes
¡Hola, hola patojada!
Pónganse vivos, ¡ya empieza la jornada!
En un pueblito chiquitío, entre montañas y volcán,
vivían vendedores que alegraban el plan.
—¡Paaaan, pan fresco, pa’ disfrutar!
¡Salí corriendo, patojo, no te vayás a atrasar!—
Era Don Beto del Palmar,
con su canasto grande, ¡listo pa’ trabajar!
—Deme un quetzal, Don Beto, deme dos mejor,
que ese pancito sabrosito me alegra el corazón.
Y allá en la esquina, firme y sonriente,
venía Don Pablo, panadero de San Felipe.
Con su canasto lleno y paso apurado,
vendía su pan fresco de un lado a otro lado.
A veces corrían, a veces reían,
y con todo su esfuerzo a la gente servían.
¡Y qué decir de Doña Tina y Doña Lipa!
Con su canastío de carne fresquita.
En hojas de mashán la sabrosa envolvían,
y con cuentos y risas la carne vendían.
Y los sábados, ¡púchica qué lío!,
se escuchaba el grito: —¡Ropa traigo en mi tanatío!
Era Don Mingo, con calcetas y camisas,
¡pantalones, playeras, hasta faldas bonitas!
—Apúntelo al cuaderno, la quincena ya vendrá,
y cuando me pagués, ¡contento yo estaré ya!
Todos ellos, patojada, caminaban sin cesar,
con esfuerzo y con sueños que los hacían avanzar.
No tenían carro, ni tienda, ni montón,
pero tenían trabajo, sonrisa y corazón.
Hoy ya no se ven tantos, ya no es igual,
pero si encontrás a alguno en tu barrio o tu portal,
y si conocés a alguno, comentá sin cuidado,
¡colorín colorado, a estos vendedores ya les he pagado!
✍️ Autor: Álvaro Rojas Meléndez
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