La leyenda de la Lágrima del Demonio del tunel de Santa Maria

 

En la terminación de una montaña cercana al imponente volcán Santa María, durante el año 1925, un grupo de desafortunados presos, condenados por diversos delitos, se encontraba trabajando arduamente en la excavación de un túnel, utilizando herramientas rudimentarias y dinamita. Entre ellos estaba Miguel, un hombre de noble corazón, víctima de una injusticia despiadada, el único inocente del lugar.  El hambre y la sed los acosaban sin piedad, y la única esperanza que les quedaba era la de escapar de su cautiverio.

En las sombras de las profundidades volcánicas, un ser maligno acechaba, atraído por las explosiones que resonaban en la montaña. Al llegar al lugar, contempló la escena con atención: hombres exhaustos trabajando sin tregua. La figura de Miguel, con su mirada llena de pureza y desesperación, capturó la curiosidad del demonio.

Movido por un capricho siniestro, el demonio tocó la pared del túnel, y de repente, un manantial de agua cristalina brotó de la roca, saciando la sed de Miguel. Viendo en él un alma inocente, el demonio le ofreció la libertad a cambio de su alma por la eternidad. Miguel, aterrorizado por la presencia sobrenatural, cayó desmayado.

Al despertar, debilitado, Miguel relató lo sucedido a sus compañeros. Cinco días después, sucumbió a la enfermedad, dejando un vacío en los corazones de los presos. 

El demonio, enfurecido por la negativa de Miguel, juró venganza y desde entonces, deambula por el túnel de Santa María,  en busca del rostro del hombre que osó desafiarlo.

Aquellos valientes que se aventuran a cruzar el túnel a pie durante la noche cuentan que se les aparece una mujer de una belleza sobrenatural, con ojos que arden como brasas. Ella les ofrece agua fresca para saciar su sed, pero su verdadera intencion es encontrar a miguel, logrando ganarse el alma si el parecido fuese evidente, ya que se dice que persigue el alma de Miguel, obsesionada por la pureza que él poseía.

La leyenda de la Lágrima del Demonio nos advierte que la maldad siempre acecha, buscando corromper lo puro. Es un relato que nos insta a ser precavidos, a desconfiar de las apariencias y a conservar la bondad en nuestros corazones, incluso en los momentos más oscuros y difíciles.

Autor:

Alvaro Rojas Melendez.