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sábado, 19 de abril de 2025

En una noche oscura y cargada de misterio, José y un grupo de amigos emprendieron una expedición hacia las faldas del volcán Santa María, con la intención de acampar en un lugar conocido como El Playón. Desde allí, al amanecer, planeaban ascender hasta los domos del Santiaguito para presenciar las majestuosas explosiones de ceniza.

Cuando la noche cayó, un viento fuerte se desató sobre el campamento. Aunque las tiendas de campaña les ofrecían refugio, las ráfagas arrastraban con ellas sollozos y murmullos extraños. Algunos los atribuyeron al viento filtrándose entre las rocas, pero José sintió algo diferente, algo inquietante. Sin embargo, decidió ignorarlo.

A las cuatro de la mañana, comenzaron su ascenso. La senda, formada por colosales bloques de roca y ceniza, parecía el paisaje de otro mundo. A cada paso, la sensación de ser observados se intensificaba, y pequeñas piedras rodaban misteriosamente desde los picos.

Durante la travesía, el viento sopló con fuerza, despejando la bruma que cubría las grietas del terreno. Fue entonces cuando José lo vio. A lo lejos, una criatura espeluznante emergió de las sombras: su cuerpo se asemejaba al de una araña gigante con patas descomunales, pero, al escarbar en el suelo, su forma cambió y adoptó la apariencia de un perro negro, de ojos rojos como brasas encendidas.

—¡Allí! —exclamó José, pero sus amigos solo vieron una sombra fugaz deslizándose entre las rocas.


Impulsados por la curiosidad y el escepticismo, se acercaron hasta donde la criatura había desaparecido. Al llegar, hallaron un agujero de un metro de ancho, de cuyo interior brotaba un vapor denso y oscuro, como el aliento del mismísimo infierno. En ese instante, una pesadez inexplicable cayó sobre sus hombros. Atemorizados, emprendieron el descenso de regreso a casa. Pero algo no estaba bien.

Los días siguientes, una extraña enfermedad los consumió: dolores de espalda insoportables, fiebres repentinas y una sensación constante de fatiga.

José, preocupado, buscó a un sacerdote maya para contarle lo sucedido. El anciano escuchó en silencio y luego le habló con gravedad:

—Has cometido un error. En el Santiaguito conviven seres de este mundo y del otro. Ahí, Juan Noj reina sobre un ejército de almas condenadas, obligadas a mover rocas eternamente. Algunas de ellas buscan escapar, y necesitan de un cuerpo físico para lograrlo.

Los escaladores y caminantes debilitados por el esfuerzo se convierten en presas fáciles. Sin saberlo, les has dado un puente para huir. Ahora, una sombra se aferra a tu espalda.

Horrorizado, José preguntó qué podía hacer. El sacerdote le explicó que Juan Noj poseía un guardián, un ente aterrador conocido como Xibalcan, cuyo deber era recuperar las almas fugitivas.


—Debes regresar a la cueva con tus amigos. Llevarán veladoras y candelas de colores, y yo los guiaré en un ritual. Pero tengan cuidado. Xibalcan no distingue entre un alma humana y un alma perdida. Podría reclamar también la suya.

Esa misma noche, el grupo regresó al volcán, guiados por el sacerdote. Frente a la cueva, encendieron las velas y el incienso. De repente, un silbido gélido resonó en la oscuridad. No era un silbido común, sino uno tan profundo que se sintió en los huesos.

Del agujero emanó un vapor oscuro que los envolvió por completo. Sus cuerpos cayeron al suelo, sumidos en una profunda inconsciencia. Para ellos, todo transcurrió en un abrir y cerrar de ojos. Pero el sacerdote, que había permanecido despierto, los observó permanecer inmóviles durante horas.

Cuando despertaron, el peso en sus cuerpos había desaparecido. Pero el anciano les advirtió:

—El volcán no es solo roca y fuego. Es un umbral entre mundos. Si regresan, deben mostrar respeto. Pidan permiso, lleven ofrendas, enciendan veladoras e incienso. Solo así podrán protegerse de las almas errantes que buscan escapar.

José y sus amigos asintieron en silencio. Desde entonces, nunca volvieron a desafiar el poder del volcán sin antes hacer la reverencia debida.

Y en las noches de viento fuerte, cuando un silbido sobrenatural se escucha entre las rocas, los caminantes recuerdan la advertencia: Xibalcan sigue vigilando, y no distingue entre los vivos y los muertos.


Autor: Alvaro Rojas Melendez.

email: alvarome2003@gmail.com

busque el video en youtube.

martes, 15 de abril de 2025

Posted by El Palmar Tv. in , | 20:02:00 No comments

 Cuentan los más viejitos del lugar, que hace no mucho vivía Don Juanito, un fontanero conocido en varias colonias por su buen trabajo y su gran corazón. Él era el encargado de revisar las tuberías y los nacimientos de agua que alimentaban los tanques de la comunidad. Siempre andaba con su perrita Chispa, una chucha lista, fiel y ladrona de tortillas, que no se le despegaba ni para dormir.

Una tarde, la gente del lugar empezó a notar que el agua ya no llegaba como antes. Al subir al tanque principal, Don Juanito se dio cuenta que estaba completamente vacío. Preocupado, agarró su herramienta, su lámpara y se fue a revisar el nacimiento que quedaba a varios kilómetros, en medio del monte.

Mientras caminaba por donde pasaban las tuberías, su perrita Chispa iba a la par, oliendo de todo como si algo raro sintiera. Al llegar al tanque que recibía el agua del nacimiento, encontró la falla: un tubo roto y la presión del agua saliendo con fuerza. Sin perder tiempo, se agachó y empezó a arreglarlo. El sol ya se estaba escondiendo entre los árboles y la noche se colaba entre los troncos como un susurro.

Chispa, que siempre ladraba cuando sentía a alguien cerca, de pronto se echó y cerró los ojos como si estuviera dormida. Eso le pareció raro, pero Don Juanito siguió trabajando. Cuando la oscuridad se volvió espesa, sacó su lámpara y continuó luchando contra la fuga de agua.

De repente, escuchó una voz que gritó su nombre. Volteó de golpe y vio a un anciano con sombrero que se le acercaba despacio. Le dijo con voz grave:

—Ya es muy tarde para andar por aquí, compadre...

Don Juanito, con una mezcla de susto y educación, le respondió:

—Sí, pero ni modo, si no arreglo esto hoy, mañana no hay agua.

El anciano le ofreció ayuda y le sostuvo la lámpara mientras él cerraba la fuga. Lo curioso era que Chispa seguía dormida, como si no sintiera la presencia del extraño.

El señor le dijo que vivía cerca, que oyó ruidos y por eso fue a ver. Cuando Don Juanito terminó, le pidió la lámpara. El anciano se la entregó con una advertencia:

—Nunca venga solo por estas montañas, y menos de noche...

Don Juanito levantó la mirada para agradecerle… pero el anciano ya no estaba. Extrañado, alumbró con la lámpara alrededor y fue entonces cuando lo vio: sobre la rama de un árbol cercano, había un ave enorme, completamente negra, con ojos que brillaban como brasas.

Sintió que el corazón se le subía a la garganta. En ese instante, el ave se lanzó hacia él con furia. Pero justo cuando ya no había escapatoria, Chispa se levantó de un salto y mordió una de sus alas. El ave soltó un chillido espantoso y desapareció volando entre los árboles, dejando gotas de sangre en las hojas.

Don Juanito, con el alma en los zapatos, agarró a su perrita y salió corriendo como nunca. Al llegar a casa, no pudo pegar un ojo en toda la noche. Al día siguiente regresó al lugar a buscar la herramienta que había olvidado por el susto, pero al llegar, no había rastro de sangre, ni huellas, ni nada… como si todo hubiera sido un mal sueño.

De regreso a la colonia, se encontró con una señora vestida de luto que llevaba una corona fúnebre. Le preguntó qué había pasado, y la mujer, con voz baja, le dijo:

—Allá por donde usted estuvo, hay una granja de pollos. El dueño apareció muerto anoche… le encontraron mordidas en el brazo y en el cuello. Dicen que se desangró en su cama.


Don Juanito se quedó frío. No dijo nada, solo bajó la cabeza y rezó una oración. Desde aquel día, nunca más volvió a subir al nacimiento solo, y siempre recordó la mirada del ave, la advertencia del anciano y el valor de su perrita Chispa.

Y aunque algunos digan que fue el miedo, otros aseguran que en ese monte vive un espíritu guardián, mitad hombre, mitad ave… que no le gusta que le molesten el agua por la noche.


Autor: Alvaro Rojas Melendez.

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