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domingo, 4 de mayo de 2025

Posted by El Palmar Tv. in , , | 13:13:00 No comments

En lo alto del gran volcán Santiaguito, donde las nubes juegan con el viento, vivía un niño muy especial.

Tenía el cabello como el maíz dorado y los ojos brillaban como el sol. Su nombre era Juanito Noj.

No vivía en una casa común. Vivía entre árboles, piedras calientes y ríos de ceniza.

Juanito era alegre y curioso. Le gustaba correr, brincar y esconderse entre las piedras del volcán.

Lo cuidaba su abuelita Xuculem, a quien todos llamaban la Madre de los Siete Vientos. Ella lo quería mucho y siempre sabía dónde estaba, aunque él se escondiera muy bien.

Juanito jugaba todos los días con dos grandes amigos:
Tullo, un armadillo que daba vueltas como trompo.
—Y K’aq’ik, una urraca de plumas azules que siempre vigilaba desde lo alto.

Pero un día, Juanito miró hacia abajo y vio el pueblito de El Palmar.
Allá los niños corrían por las calles empedradas, jugaban con pelotas y reían juntos.

Juanito suspiró:
—Yo también quiero ir a jugar allá. Quiero tener más amigos.

Su abuela le dijo con voz suave:
—Juanito, ya llegará tu momento. Por ahora, disfruta de ser niño aquí, donde todo es seguro. No hay prisa por crecer ni por bajar.

Pero Juanito no escuchó.  
Una noche, cuando su abuela dormía, bajó calladito por el camino de piedras y llegó a El Palmar.

Allí vio niños, sí… pero también vio cosas que no esperaba.
Unos peleaban, otros estaban tristes, algunos no jugaban porque trabajaban. Nadie lo vio. Nadie lo saludó.

Juanito se sintió muy solo.

Entonces escuchó el viento soplar, suavecito, como si su abuela lo llamara.
Y de pronto, Tullu y K’aq’ik aparecieron.

—Vamos a casa, Juanito —le dijeron—. Allá arriba te espera la alegría.

Juanito regresó con ellos. Su abuela lo abrazó fuerte y le sonrió.

—¿Viste, mi niño? Todo llega a su tiempo. Ahora juega, ríe, aprende. Ya vendrán otros caminos.

Desde entonces, Juanito no volvió a escaparse. Jugaba con alegría, cuidaba el volcán, y cuando algún niño subía desde El Palmar, Juanito le regalaba una flor, una piedrita o una sonrisa.

Porque Juanito aprendió que lo más bonito…
es disfrutar la niñez sin correr tan rápido.

Autor: Alvaro Rojas Melendez.
vea el video en: 
https://www.youtube.com/watch?v=la2BGLpY6Fo&t=2s 

Había una vez, muy cerca de los cafetales y los ríos cantarines de Guatemala, un volcán pequeñito llamado Santiaguito. Aunque era joven, su corazón de fuego latía con fuerza, como tambor de fiesta en día domingo.

Santiaguito no era un volcán bravo. Al contrario, tenía alma buena. Le gustaba saludar por las mañanas con una nube blanca y suave, como si soltara un suspiro de sueño bonito.

¡Puff! ¡Buenos días, mi Palmarcito querido! —decía feliz al despertar.

Los pajaritos trinaban entre las ramas, las ardillas jugaban entre los árboles, y las flores se abrían con gusto, porque sabían que Santiaguito no quería hacer daño a nadie.

Un día, unas familias decidieron vivir muy cerca del volcán. Allí, donde el café huele más rico y los barriletes bailan con el viento.

¡Qué lugar tan lindo para hacer nuestra casa! —decía don Manuel, sembrando su milpa con amor.

¡Desde aquí vemos al volcán soñar! —gritaban los niños, corriendo descalzos entre las piedras.

Santiaguito los miraba con cariño. Verlos tan felices le llenaba el alma… pero también le hacía temblar el corazón.

¿Y si un día me dan ganas de estornudar lava? ¿Y si les lanzo ceniza sin querer? —pensaba preocupado.

Cuando se sentía incómodo, trataba de avisar: hacía un retumbito suave, botaba piedritas calientes, o soplaba vapor tibio… pero nadie lo entendía bien.

Una noche, cuando la luna brillaba como lámpara de plata, Santiaguito no aguantó más. ¡BOOM! Rugió sin querer, y un río de lodo bajó corriendo como toro sin lazo. Las casitas temblaron y las familias huyeron asustadas.

¡El volcán se enojó! —gritaron algunos.

Pero no, Santiaguito no estaba enojado. Solo era un volcán, y los volcanes, como los niños, también necesitan llorar de vez en cuando.

Al otro día, un sabio del pueblo explicó con voz serena:


Santiaguito no es malo, mis niños. Lo malo es vivir tan cerquita de él sin saber escuchar su voz.

Desde entonces, las familias buscaron un rincón más seguro. Pero de vez en cuando volvían a visitarlo, desde lejos, para ver su nubecita blanca saludando al cielo.

Y Santiaguito, allá en su montaña, suspiraba tranquilo, sabiendo que su gente estaba bien.

¡Puff! ¡Buenos días, mi Palmarcito querido! —decía con alegría cada amanecer.


Autor: Alvaro Ricardo Rojas Melendez.

vea el video en youtube canal de Rojas Producciones.  https://www.youtube.com/watch?v=IQgBPFPT2-E

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