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lunes, 6 de mayo de 2024

 

Hace mucho tiempo, en el remoto pueblo costero de San Felipe, se acercaba el día de los difuntos. Las calles se llenaban con el bullicio de la gente preparándose para honrar a sus seres queridos que habían partido. Entre ellos, se encontraba Francisco, un joven pintor conocido como Chuz, que se ganaba la vida adornando las tumbas en el cementerio local.

 

Un día, mientras preparaba sus pinturas, un hombre alto y distinguido se acercó a él. Con una voz suave pero firme, le ofreció un trabajo peculiar: pintar una tumba y agregar un símbolo especial. El hombre, cuyo origen era desconocido para Chuz, le ofreció una suma significativa de dinero por aquellos tiempos: treinta quetzales. Sin dudarlo, Chuz aceptó.

 

La mañana siguiente, Chuz se encontró con el hombre en el cementerio. La tumba que debía pintar estaba descuidada, cubierta de maleza. Mientras trabajaba, el hombre observaba en silencio, indicándole los detalles que quería que resaltara. Curioso por la identidad del hombre, Chuz le preguntó de dónde venía. La respuesta fue vaga: el hombre había llegado al pueblo hace tiempo y había perdido contacto con su hijo, cuya tumba estaban adornando.

 

Chuz terminó su trabajo, pintando la tumba con una vela encendida, cuya llama se desvanecía en la oscuridad, tal como le habían pedido. El hombre le pagó y se despidió, dejando a Chuz con una sensación extraña.

 

La noche del día de los difuntos, el cementerio brillaba con velas y adornos. Curioso por ver su trabajo, Chuz se dirigió a la tumba que había pintado. Allí, encontró a un joven llorando desconsoladamente. Al acercarse, el joven le mostró una fotografía de su padre fallecido. Chuz quedó petrificado al reconocer al hombre que lo había contratado.

 

El joven explicó que había recibido un dibujo con una vela y un mensaje que reconocía como la letra de su padre, quien había fallecido años atrás. Aunque había migrado lejos del pueblo por trabajo, el espíritu de su padre aún permanecía cerca, iluminando su memoria con amor.


 

Desde entonces, la leyenda de la vela en el cementerio de San Felipe,  se convirtió en un recordatorio de que el amor perdura más allá de la muerte, y que los lazos familiares trascienden el tiempo y la distancia.

 

Autor: 

Alvaro Rojas Melendez.

email: alvarome2003@gmail.com

tel.42245627.

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