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sábado, 7 de junio de 2025

 

"¡Hola, hola, camarón sin cola! El Volcán que Necesita Espacio"

¡Hola, hola, camarón sin cola!
¿Sabes quién soy yo?
¡Soy el volcán Chigag!

Ese nombre tan curioso significa:
"¡Donde vive el fuego!"

Algunos me llaman de otro modo,
me dicen el Volcán de Fuego,
porque a veces —sin avisar—
¡hago ¡Aaaachú! estornudos de lava y ceniza!

¡Achís de fuego! —grito sin querer.
Y nadie me dice:
¡Salud!

No lo hago por maldad,
no quiero asustar.
Pero si vives muy cerca de mí...
¡te puedo lastimar!

¿Sabes por qué?
Porque soy un volcán... ¡y necesito mi espacio!

A veces veo personas correr,

parece que tienen miedo.
Yo me pregunto:
“¿De quién huyen?”


Y cuando miro a mi lado...
¡veo una gran nube gris volar!
Es ceniza caliente,
es un flujo piroclástico,
que baja muy rápido, como un tren sin frenos.

¡No te quedes a mirar!
¡Busca un lugar seguro ya!

No me digas “¡Tá te quieto, volcán!”
Yo no me muevo,
¡son ustedes los que se acercan!
Y yo, como te digo...
necesito mi espacio.

"Soy parte de la Tierra, y no puedo cambiar mi forma de ser."
Así nací. Así soy.

Pero no todo en mí es peligro.
¡También hago cosas buenas!
Hago la tierra fértil, para que crezcan flores y maíz.
Ayudo al clima y pinto paisajes hermosos con mi lava dormida.

Solo te pido algo muy sencillo:

Cuando me veas, no me temas... ¡respétame!
No te acerques mucho. ¡Prepárate, protégete y enséñales a los demás!

Así, aunque yo estornude fuego,
tú estarás seguro...
y yo estaré tranquilo.

¡Hola, hola, camarón sin cola!

Ya sabes mi historia y mi verdad.
Soy el volcán Chigag,
¡el que necesita su espacio para no hacer daño jamás!

Así que repite con voz divertida:

“¡Hola, hola, camarón sin cola!”
“Si el volcán estornuda, me cuido la cola.”
“No subo al volcán, no me hago el valiente,
porque quiero vivir feliz y sonriente.”

Y si ves que Chigag empieza a brillar,
ya sabes qué hacer...
¡NO TE VAYAS A ACERCAR!


Autor: Alvaro Rojas Melendez.

vea el video del cuento en nuestro canal de youtube Roja Producciones: https://youtu.be/RhEuh6wTP_w


jueves, 29 de mayo de 2025

Posted by El Palmar Tv. in , , | 12:16:00 No comments


En la verde y tranquila finca El Faro, donde los árboles de macadamia bailan con el viento, vive una ardillita muy especial: Chispita.

Chispita no es una ardilla cualquiera. Tiene ojos brillantes como estrellas, una cola esponjosa como nube de algodón, y una energía que chispea con solo verla. Su mejor amigo es Kaik, un zopilote sabio que vuela muy alto y siempre le cuenta historias del cielo.

A Chispita le encantan las nueces, ¡sí, señor!
Cruje, crac, croc… siempre lleva una en la boca y otra en la cola.

Cuando llega el invierno, y las nubes grises se abrazan al cielo, Chispita lo sabe bien:
“¡Hay que prepararse!”, dice cantando.

Ramita por aquí… 🌿
Ramita por allá… 🌿
¡Ho ho hooo, qué emoción!
El secreto está en la preparación.

Construye su casita entre ramas fuertes y hojas secas, la llena de nueces dulces y suaves, y la asegura contra el viento y la lluvia.
Porque si el viento sopla fuerte… 🌬️
Y si la lluvia cae sin parar… ☔
Chispita no se asusta.
“Tomar acciones anticipadas hace del hogar un lugar cálido y seguro”, repite con sabiduría.

De vez en cuando, Chispita escucha el lejano retumbo del volcán…

¡RUMMMMBLE!
Pero no se asusta.
Ella sabe que hay que respetar al volcán, y nunca se acerca más de lo necesario.

Una vez, llovió y llovió durante muchos días sin parar.
Las ramas chorreaban, las hojas se pegaban al suelo, y el aire olía a tierra mojada.
Pero Chispita, siempre previsora, ¡tenía su hogar lleno de nueces!



Y así, ni hambre ni frío pudo pasar.

“Pues el secreto está en la preparación”, decía con orgullo, mientras se acurrucaba en su nido.
Lluvia por aquí…
Viento por allá…
Y el volcancito hasta allá…
¡Todos son mis amigos, pues no me pueden dañar!”

Y mientras se dormía entre crujidos y calorcito, murmuraba bajito, casi como canción:
“El secreto está en la preparación…”


Autor: Álvaro Rojas Meléndez

miércoles, 14 de mayo de 2025

Posted by El Palmar Tv. in , , , , | 14:11:00 No comments

 Veo, veo...

—¿Qué ves?
—¡Un ave!
—¿Qué ave?

¡Un ave negra como la noche! Vuela alto, muy alto, tan cerca del cielo que parece tocar las nubes que salen del volcán Santiaguito. Su nombre es Kaik, y no es cualquier ave. Es una zopilote sabia y elegante, con alas grandes que brillan al sol y ojos tan atentos que todo lo ven.

Kaik no canta, pero observa. No construye nido en árboles, pero sabe bien dónde dejar sus huevos. Vive en las faldas del volcán Santiaguito, donde hay rocas calientes, vapor y viento cálido. Allí, entre las piedras, Kaik empolla sus huevos. No necesita sentarse sobre ellos mucho tiempo, pues el calor del volcán los mantiene protegidos y calentitos.

De vez en cuando, Kaik regresa a revisar su nido. A veces, la ceniza del volcán cae como si fuera polvo gris del cielo, y entonces, ella los limpia con cuidado, uno por uno, para que su pichón no tenga problemas al nacer. Lo hace con cariño, como solo una madre sabe hacerlo.

Cada mañana, Kaik estira sus alas como si fueran cometas de la selva. Planea tranquila por el cielo mientras espera a que nazca su pichón, sin tener que hacer el más mínimo esfuerzo, confiando en la naturaleza que la rodea.

Allá abajo, todo está vivo y alegre: los armadillos salen a buscar comida, las urracas gritan entre los árboles, los tepezcuintles corren entre los matorrales y el gato de monte se esconde sigiloso, cuidando su territorio.

Pero cuando algún animal muere y queda sin vida en la montaña...


—¡Ahí entra Kaik! —dice con orgullo la ardilla Chispita, su amiga.

Kaik baja con elegancia, despacio, sin hacer alboroto. Usa su vista y su olfato fino para encontrar lo que otros no pueden ver. Ella limpia la selva. Se lleva lo que la vida ya dejó atrás, ayudando a que el volcán y su alrededor no se enfermen.
—¡Qué asco! —grita a veces Chispita.
—¡Qué importante! —responde Kaik con calma—. Todos tenemos una misión en este mundo.

Un día, un grupo de turistas llegó al bosque. Uno de ellos miró a Kaik y dijo:
—¡Qué feo ese pájaro!

Kaik lo oyó, pero no se enojó. Solo giró en el aire, como bailando.

La abuela Juana, que vive cerca del volcán, sonrió y les dijo:
Ese zopilote que ustedes ven es más sabio que muchos. Sin ella, este lugar estaría lleno de enfermedad y malos olores. Es la doctora del volcán, aunque no use bata blanca.

Los niños abrieron los ojos como tortillas recién infladas.
—¿De verdad, abuelita?

Claro, m’ijos. Cada animal, aunque no cante bonito o tenga colores brillantes, tiene su razón de ser.

Desde entonces, los niños saludan a Kaik cada vez que la ven volar:
—¡Gracias, Kaik, por cuidar nuestro volcán!

Y Kaik, con su vuelo elegante, da vueltas en el cielo como diciendo:
—¡De nada, patojos!

Moraleja:

No todo lo bonito es lo más valioso. En la naturaleza, todos los seres tienen un propósito. Como Kaik, la zopilote del volcán, que con su trabajo silencioso, mantiene el equilibrio del ecosistema.


Autor: Álvaro Rojas Meléndez
Título: Kaik el Zopilote: Guardiana del Volcán Santiaguito.

vea el video en youtube.

martes, 13 de mayo de 2025

Posted by El Palmar Tv. in , | 16:40:00 No comments

En las cercanías del volcán Santiaguito,
allí donde la tierra humea y el cielo se pinta de ceniza,
vive una ave muy especial.
No es cualquier pájaro:

es ruidosa, misteriosa y siempre vigilante.
Apenas ve pasar a alguien, lanza un grito que retumba:

—¡Haaa haaa!

Nadie sabe si canta o si grita,
pero su sonido se escucha por todo el lugar.
Algunos dicen que molesta,
otros que es una advertencia.

Esa ave se llama Keokul.

Keokul no está allí por casualidad.
Es un guardián.
Fue enviado por el dueño del volcán,
un ser antiguo y sabio que no quiere que nadie se acerque demasiado.

El volcán puede parecer dormido,
pero guarda calor, humo y secretos peligrosos.

Y Keokul lo sabe.

Cuando alguien se aproxima, él canta fuerte:

—¡Haaa haaa! ¡No te acerqués!
Este no es un lugar para jugar.
El volcán es mejor admirarlo desde lejos,
donde no quema, ni truena, ni tiembla.

Keokul también conoce una cueva oculta entre las piedras.
Es mágica.
A veces, quien entra puede llegar a otro lugar…
Uno lleno de neblina y luces que no se apagan.
Pero solo Keokul sabe cómo entrar y salir.

Así cuida el volcán.
Así canta con el viento.

Así protege la montaña.

Y por eso, cuando escuchés un grito en la bruma...
no tengás miedo.
Es Keokul, el guardián,
que cuida el volcán y a todos por igual.

Autor: Álvaro Rojas Meléndez

domingo, 11 de mayo de 2025

En los antiguos tiempos, mucho antes de que el hombre alzara templos de piedra, ya soplaba por las tierras del altiplano guatemalteco una fuerza ancestral. Xuculem, conocida entre los sabios como la Madre de los Siete Vientos, era un ser espiritual majestuoso, una energía viva que se manifestaba en cada ráfaga, en cada remolino que bailaba sobre los campos de maíz.

Vivía en un lugar sagrado, al que en idioma Mam llaman Tuigucxcingán, el Volcán Siete Orejas. Su espíritu era tan poderoso que los antiguos sacerdotes mayas viajaban desde tierras lejanas solo para rendirle culto. Entre cantos y copal, elevaban sus ruegos buscando el favor de Xuculem, pues sabían que ella no era solo viento: ella era el origen, la fuerza que había esculpido los barrancos, levantado las montañas, y que a su capricho podía torcer el destino de los hombres.

Dicen que su presencia era tan intensa que más de algún sacerdote quedaba prendado —como hechizado—, sintiendo que caminaba dentro del mismo aliento de Xuculem. Pocos podían soportarlo. Los que lograban verla, contaban que su silueta flotaba entre las nubes, como una mujer hermosa de cabello largo, danzando al ritmo del viento. Pero ay de aquellos que intentaban acercarse demasiado, porque terminaban rendidos, incapaces de soportar su energía. 


La leyenda cuenta que Xuculem, pese a ser un espíritu, sintió un día algo que nunca había sentido: atracción por un humano. Era Ahau Galel, un noble guerrero maya, descendiente de linajes antiguos que habían hecho pactos con ella. Desde pequeño, Ahau Galel demostraba astucia y entrega. En cada batalla, el viento lo acompañaba, como si manos invisibles lo empujaran lejos del peligro.

En su última guerra, cuando Ahau Galel se vio superado por los enemigos, Xuculem no pudo resistirlo más. Tomó forma del ave más sagrada, un quetzal, símbolo de libertad, de alma pura. Con sus plumas verdes resplandecientes y pecho rojo como la sangre, el quetzal sobrevoló el campo de batalla y se posó suavemente sobre el cuerpo herido del guerrero, envolviéndolo en un canto que hizo estremecer a los volcanes. Desde entonces, el espíritu de Ahau Galel quedó bajo el dominio de Xuculem, guardado para siempre en el Volcán Siete Orejas, su casa eterna.

Pero la historia no acaba ahí. Xuculem tuvo descendencia. De la unión mística entre su esencia y la humanidad nacieron Juan Noj El Mayor y su esposa María, quienes habitaron el imponente Volcán Santa María. Y de ellos, nació Juan Noj El Menor, quien mora en el Santiaguito, el volcán hijo, siempre humeante, siempre inquieto. Se dice que Juan Noj El Menor necesita almas para reconstruir su casa, pues las erupciones constantes destruyen su morada una y otra vez.

Hoy, Xuculem aún habita en el Volcán Siete Orejas, pero ya no muestra su belleza. La oculta tras la figura de una anciana del viento, para no seguir atrayendo curiosos a su territorio. A diferencia de su nieto Juan Noj, ella reina sobre un lugar de paz y calma, donde las nubes densas ocultan secretos aún por revelarse.

Quienes suben a esos parajes altos, donde el aire se vuelve delgado y las orejas del volcán parecen escuchar cada suspiro, cuentan que al atardecer, cuando el sol baña la cima de oro, todavía se siente el aleteo suave de un quetzal entre las sombras. No es cualquier ave: es Xuculem, vigilando. Algunos dicen que si escuchás con atención, el viento te susurra tu nombre. Si eso pasa… no respondás. Porque responder es aceptar su llamado, y quien acepta su llamado, jamás vuelve igual.

Así, generación tras generación, el viento sigue contando esta historia. Y quienes escuchan, no pueden evitar estremecerse, porque saben que la Madre de los Siete Vientos aún vigila, aún sopla, y aún guarda celosamente los secretos de los volcanes que dieron forma a esta tierra mágica llamada Guatemala.


Autor: 

Alvaro Rojas Melendez.

email: alvarome2003@gmail.com. 11/05/2025

vea el video en nuestro canal de youtube: Rojas Producciones.

domingo, 4 de mayo de 2025

Posted by El Palmar Tv. in , , | 13:13:00 No comments

En lo alto del gran volcán Santiaguito, donde las nubes juegan con el viento, vivía un niño muy especial.

Tenía el cabello como el maíz dorado y los ojos brillaban como el sol. Su nombre era Juanito Noj.

No vivía en una casa común. Vivía entre árboles, piedras calientes y ríos de ceniza.

Juanito era alegre y curioso. Le gustaba correr, brincar y esconderse entre las piedras del volcán.

Lo cuidaba su abuelita Xuculem, a quien todos llamaban la Madre de los Siete Vientos. Ella lo quería mucho y siempre sabía dónde estaba, aunque él se escondiera muy bien.

Juanito jugaba todos los días con dos grandes amigos:
Tullo, un armadillo que daba vueltas como trompo.
—Y K’aq’ik, una urraca de plumas azules que siempre vigilaba desde lo alto.

Pero un día, Juanito miró hacia abajo y vio el pueblito de El Palmar.
Allá los niños corrían por las calles empedradas, jugaban con pelotas y reían juntos.

Juanito suspiró:
—Yo también quiero ir a jugar allá. Quiero tener más amigos.

Su abuela le dijo con voz suave:
—Juanito, ya llegará tu momento. Por ahora, disfruta de ser niño aquí, donde todo es seguro. No hay prisa por crecer ni por bajar.

Pero Juanito no escuchó.  
Una noche, cuando su abuela dormía, bajó calladito por el camino de piedras y llegó a El Palmar.

Allí vio niños, sí… pero también vio cosas que no esperaba.
Unos peleaban, otros estaban tristes, algunos no jugaban porque trabajaban. Nadie lo vio. Nadie lo saludó.

Juanito se sintió muy solo.

Entonces escuchó el viento soplar, suavecito, como si su abuela lo llamara.
Y de pronto, Tullu y K’aq’ik aparecieron.

—Vamos a casa, Juanito —le dijeron—. Allá arriba te espera la alegría.

Juanito regresó con ellos. Su abuela lo abrazó fuerte y le sonrió.

—¿Viste, mi niño? Todo llega a su tiempo. Ahora juega, ríe, aprende. Ya vendrán otros caminos.

Desde entonces, Juanito no volvió a escaparse. Jugaba con alegría, cuidaba el volcán, y cuando algún niño subía desde El Palmar, Juanito le regalaba una flor, una piedrita o una sonrisa.

Porque Juanito aprendió que lo más bonito…
es disfrutar la niñez sin correr tan rápido.

Autor: Alvaro Rojas Melendez.
vea el video en: 
https://www.youtube.com/watch?v=la2BGLpY6Fo&t=2s 

Había una vez, muy cerca de los cafetales y los ríos cantarines de Guatemala, un volcán pequeñito llamado Santiaguito. Aunque era joven, su corazón de fuego latía con fuerza, como tambor de fiesta en día domingo.

Santiaguito no era un volcán bravo. Al contrario, tenía alma buena. Le gustaba saludar por las mañanas con una nube blanca y suave, como si soltara un suspiro de sueño bonito.

¡Puff! ¡Buenos días, mi Palmarcito querido! —decía feliz al despertar.

Los pajaritos trinaban entre las ramas, las ardillas jugaban entre los árboles, y las flores se abrían con gusto, porque sabían que Santiaguito no quería hacer daño a nadie.

Un día, unas familias decidieron vivir muy cerca del volcán. Allí, donde el café huele más rico y los barriletes bailan con el viento.

¡Qué lugar tan lindo para hacer nuestra casa! —decía don Manuel, sembrando su milpa con amor.

¡Desde aquí vemos al volcán soñar! —gritaban los niños, corriendo descalzos entre las piedras.

Santiaguito los miraba con cariño. Verlos tan felices le llenaba el alma… pero también le hacía temblar el corazón.

¿Y si un día me dan ganas de estornudar lava? ¿Y si les lanzo ceniza sin querer? —pensaba preocupado.

Cuando se sentía incómodo, trataba de avisar: hacía un retumbito suave, botaba piedritas calientes, o soplaba vapor tibio… pero nadie lo entendía bien.

Una noche, cuando la luna brillaba como lámpara de plata, Santiaguito no aguantó más. ¡BOOM! Rugió sin querer, y un río de lodo bajó corriendo como toro sin lazo. Las casitas temblaron y las familias huyeron asustadas.

¡El volcán se enojó! —gritaron algunos.

Pero no, Santiaguito no estaba enojado. Solo era un volcán, y los volcanes, como los niños, también necesitan llorar de vez en cuando.

Al otro día, un sabio del pueblo explicó con voz serena:


Santiaguito no es malo, mis niños. Lo malo es vivir tan cerquita de él sin saber escuchar su voz.

Desde entonces, las familias buscaron un rincón más seguro. Pero de vez en cuando volvían a visitarlo, desde lejos, para ver su nubecita blanca saludando al cielo.

Y Santiaguito, allá en su montaña, suspiraba tranquilo, sabiendo que su gente estaba bien.

¡Puff! ¡Buenos días, mi Palmarcito querido! —decía con alegría cada amanecer.


Autor: Alvaro Ricardo Rojas Melendez.

vea el video en youtube canal de Rojas Producciones.  https://www.youtube.com/watch?v=IQgBPFPT2-E

sábado, 19 de abril de 2025

En una noche oscura y cargada de misterio, José y un grupo de amigos emprendieron una expedición hacia las faldas del volcán Santa María, con la intención de acampar en un lugar conocido como El Playón. Desde allí, al amanecer, planeaban ascender hasta los domos del Santiaguito para presenciar las majestuosas explosiones de ceniza.

Cuando la noche cayó, un viento fuerte se desató sobre el campamento. Aunque las tiendas de campaña les ofrecían refugio, las ráfagas arrastraban con ellas sollozos y murmullos extraños. Algunos los atribuyeron al viento filtrándose entre las rocas, pero José sintió algo diferente, algo inquietante. Sin embargo, decidió ignorarlo.

A las cuatro de la mañana, comenzaron su ascenso. La senda, formada por colosales bloques de roca y ceniza, parecía el paisaje de otro mundo. A cada paso, la sensación de ser observados se intensificaba, y pequeñas piedras rodaban misteriosamente desde los picos.

Durante la travesía, el viento sopló con fuerza, despejando la bruma que cubría las grietas del terreno. Fue entonces cuando José lo vio. A lo lejos, una criatura espeluznante emergió de las sombras: su cuerpo se asemejaba al de una araña gigante con patas descomunales, pero, al escarbar en el suelo, su forma cambió y adoptó la apariencia de un perro negro, de ojos rojos como brasas encendidas.

—¡Allí! —exclamó José, pero sus amigos solo vieron una sombra fugaz deslizándose entre las rocas.


Impulsados por la curiosidad y el escepticismo, se acercaron hasta donde la criatura había desaparecido. Al llegar, hallaron un agujero de un metro de ancho, de cuyo interior brotaba un vapor denso y oscuro, como el aliento del mismísimo infierno. En ese instante, una pesadez inexplicable cayó sobre sus hombros. Atemorizados, emprendieron el descenso de regreso a casa. Pero algo no estaba bien.

Los días siguientes, una extraña enfermedad los consumió: dolores de espalda insoportables, fiebres repentinas y una sensación constante de fatiga.

José, preocupado, buscó a un sacerdote maya para contarle lo sucedido. El anciano escuchó en silencio y luego le habló con gravedad:

—Has cometido un error. En el Santiaguito conviven seres de este mundo y del otro. Ahí, Juan Noj reina sobre un ejército de almas condenadas, obligadas a mover rocas eternamente. Algunas de ellas buscan escapar, y necesitan de un cuerpo físico para lograrlo.

Los escaladores y caminantes debilitados por el esfuerzo se convierten en presas fáciles. Sin saberlo, les has dado un puente para huir. Ahora, una sombra se aferra a tu espalda.

Horrorizado, José preguntó qué podía hacer. El sacerdote le explicó que Juan Noj poseía un guardián, un ente aterrador conocido como Xibalcan, cuyo deber era recuperar las almas fugitivas.


—Debes regresar a la cueva con tus amigos. Llevarán veladoras y candelas de colores, y yo los guiaré en un ritual. Pero tengan cuidado. Xibalcan no distingue entre un alma humana y un alma perdida. Podría reclamar también la suya.

Esa misma noche, el grupo regresó al volcán, guiados por el sacerdote. Frente a la cueva, encendieron las velas y el incienso. De repente, un silbido gélido resonó en la oscuridad. No era un silbido común, sino uno tan profundo que se sintió en los huesos.

Del agujero emanó un vapor oscuro que los envolvió por completo. Sus cuerpos cayeron al suelo, sumidos en una profunda inconsciencia. Para ellos, todo transcurrió en un abrir y cerrar de ojos. Pero el sacerdote, que había permanecido despierto, los observó permanecer inmóviles durante horas.

Cuando despertaron, el peso en sus cuerpos había desaparecido. Pero el anciano les advirtió:

—El volcán no es solo roca y fuego. Es un umbral entre mundos. Si regresan, deben mostrar respeto. Pidan permiso, lleven ofrendas, enciendan veladoras e incienso. Solo así podrán protegerse de las almas errantes que buscan escapar.

José y sus amigos asintieron en silencio. Desde entonces, nunca volvieron a desafiar el poder del volcán sin antes hacer la reverencia debida.

Y en las noches de viento fuerte, cuando un silbido sobrenatural se escucha entre las rocas, los caminantes recuerdan la advertencia: Xibalcan sigue vigilando, y no distingue entre los vivos y los muertos.


Autor: Alvaro Rojas Melendez.

email: alvarome2003@gmail.com

busque el video en youtube.

martes, 15 de abril de 2025

Posted by El Palmar Tv. in , | 20:02:00 No comments

 Cuentan los más viejitos del lugar, que hace no mucho vivía Don Juanito, un fontanero conocido en varias colonias por su buen trabajo y su gran corazón. Él era el encargado de revisar las tuberías y los nacimientos de agua que alimentaban los tanques de la comunidad. Siempre andaba con su perrita Chispa, una chucha lista, fiel y ladrona de tortillas, que no se le despegaba ni para dormir.

Una tarde, la gente del lugar empezó a notar que el agua ya no llegaba como antes. Al subir al tanque principal, Don Juanito se dio cuenta que estaba completamente vacío. Preocupado, agarró su herramienta, su lámpara y se fue a revisar el nacimiento que quedaba a varios kilómetros, en medio del monte.

Mientras caminaba por donde pasaban las tuberías, su perrita Chispa iba a la par, oliendo de todo como si algo raro sintiera. Al llegar al tanque que recibía el agua del nacimiento, encontró la falla: un tubo roto y la presión del agua saliendo con fuerza. Sin perder tiempo, se agachó y empezó a arreglarlo. El sol ya se estaba escondiendo entre los árboles y la noche se colaba entre los troncos como un susurro.

Chispa, que siempre ladraba cuando sentía a alguien cerca, de pronto se echó y cerró los ojos como si estuviera dormida. Eso le pareció raro, pero Don Juanito siguió trabajando. Cuando la oscuridad se volvió espesa, sacó su lámpara y continuó luchando contra la fuga de agua.

De repente, escuchó una voz que gritó su nombre. Volteó de golpe y vio a un anciano con sombrero que se le acercaba despacio. Le dijo con voz grave:

—Ya es muy tarde para andar por aquí, compadre...

Don Juanito, con una mezcla de susto y educación, le respondió:

—Sí, pero ni modo, si no arreglo esto hoy, mañana no hay agua.

El anciano le ofreció ayuda y le sostuvo la lámpara mientras él cerraba la fuga. Lo curioso era que Chispa seguía dormida, como si no sintiera la presencia del extraño.

El señor le dijo que vivía cerca, que oyó ruidos y por eso fue a ver. Cuando Don Juanito terminó, le pidió la lámpara. El anciano se la entregó con una advertencia:

—Nunca venga solo por estas montañas, y menos de noche...

Don Juanito levantó la mirada para agradecerle… pero el anciano ya no estaba. Extrañado, alumbró con la lámpara alrededor y fue entonces cuando lo vio: sobre la rama de un árbol cercano, había un ave enorme, completamente negra, con ojos que brillaban como brasas.

Sintió que el corazón se le subía a la garganta. En ese instante, el ave se lanzó hacia él con furia. Pero justo cuando ya no había escapatoria, Chispa se levantó de un salto y mordió una de sus alas. El ave soltó un chillido espantoso y desapareció volando entre los árboles, dejando gotas de sangre en las hojas.

Don Juanito, con el alma en los zapatos, agarró a su perrita y salió corriendo como nunca. Al llegar a casa, no pudo pegar un ojo en toda la noche. Al día siguiente regresó al lugar a buscar la herramienta que había olvidado por el susto, pero al llegar, no había rastro de sangre, ni huellas, ni nada… como si todo hubiera sido un mal sueño.

De regreso a la colonia, se encontró con una señora vestida de luto que llevaba una corona fúnebre. Le preguntó qué había pasado, y la mujer, con voz baja, le dijo:

—Allá por donde usted estuvo, hay una granja de pollos. El dueño apareció muerto anoche… le encontraron mordidas en el brazo y en el cuello. Dicen que se desangró en su cama.


Don Juanito se quedó frío. No dijo nada, solo bajó la cabeza y rezó una oración. Desde aquel día, nunca más volvió a subir al nacimiento solo, y siempre recordó la mirada del ave, la advertencia del anciano y el valor de su perrita Chispa.

Y aunque algunos digan que fue el miedo, otros aseguran que en ese monte vive un espíritu guardián, mitad hombre, mitad ave… que no le gusta que le molesten el agua por la noche.


Autor: Alvaro Rojas Melendez.

martes, 28 de enero de 2025

Posted by El Palmar Tv. in , , | 12:47:00 No comments

En tiempos pasados, los chorros comunales eran el corazón de los pueblos de Guatemala. Estas sencillas fuentes de agua, muchas veces alimentadas por manantiales naturales, no solo abastecían a las familias con el líquido vital, sino que también eran centros de encuentro, donde la vida cotidiana y las tradiciones locales se entrelazaban de manera natural.

En estos espacios, las mujeres se reunían para llenar sus tinajas, mientras intercambiaban historias, consejos y risas. Los niños jugaban a su alrededor, chapoteando y dejando volar su imaginación entre los mágicos reflejos del agua. Cada gota simbolizaba la solidaridad de una comunidad que compartía no solo recursos, sino también momentos valiosos de vida.

Sin embargo, con el paso del tiempo y los avances en infraestructura, muchos de estos chorros comunales han desaparecido. Las tuberías y los sistemas modernos de distribución de agua han relegado a estos lugares al olvido, convirtiéndolos en recuerdos de una época sencilla, pero llena de significado.

El Palmar, Quetzaltenango, no es la excepción. Este histórico municipio también tuvo sus propios chorros comunales, que servían como puntos clave para la vida de sus habitantes. Algunos estaban ubicados en el ingreso al pueblo, otros cerca del parque central y en la entrada al cementerio. Uno de los más recordados se encontraba en el casco de la desaparecida finca La Mosqueta, donde los caminantes de las fincas cercanas se detenían para refrescarse durante sus largos recorridos. Cada uno de estos lugares tenía su propia historia, cargada de anécdotas y recuerdos que reflejan la esencia de una Guatemala trabajadora y resiliente.

Hoy, aunque muchos chorros comunales han dejado de existir, su memoria perdura en quienes los vivieron. Son parte del legado cultural y social de nuestras comunidades, recordándonos la importancia de la unidad y el valor de los recursos naturales.

¿Recuerdas algún chorro comunal en tu pueblo? Tal vez fue el lugar donde escuchaste las historias de tus abuelos, donde compartiste juegos de infancia o donde viste la fortaleza de tu familia enfrentando los retos de la vida diaria. Comparte tu historia y ayudemos a mantener viva la memoria de estos tesoros comunitarios, celebrando juntos un legado que nunca debería ser olvidado.  

Editor: Alvaro Rojas Melendez.

alvarome2003@gmail.com

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