—¿Qué ves?
—¡Un ave!
—¿Qué ave?
¡Un ave negra como la noche! Vuela alto, muy alto, tan cerca del cielo que parece tocar las nubes que salen del volcán Santiaguito. Su nombre es Kaik, y no es cualquier ave. Es una zopilote sabia y elegante, con alas grandes que brillan al sol y ojos tan atentos que todo lo ven.
Kaik no canta, pero observa. No construye nido en árboles, pero sabe bien dónde dejar sus huevos. Vive en las faldas del volcán Santiaguito, donde hay rocas calientes, vapor y viento cálido. Allí, entre las piedras, Kaik empolla sus huevos. No necesita sentarse sobre ellos mucho tiempo, pues el calor del volcán los mantiene protegidos y calentitos.
De vez en cuando, Kaik regresa a revisar su nido. A veces, la ceniza del volcán cae como si fuera polvo gris del cielo, y entonces, ella los limpia con cuidado, uno por uno, para que su pichón no tenga problemas al nacer. Lo hace con cariño, como solo una madre sabe hacerlo.
Cada mañana, Kaik estira sus alas como si fueran cometas de la selva. Planea tranquila por el cielo mientras espera a que nazca su pichón, sin tener que hacer el más mínimo esfuerzo, confiando en la naturaleza que la rodea.Allá abajo, todo está vivo y alegre: los armadillos salen a buscar comida, las urracas gritan entre los árboles, los tepezcuintles corren entre los matorrales y el gato de monte se esconde sigiloso, cuidando su territorio.
Pero cuando algún animal muere y queda sin vida en la montaña...
—¡Ahí entra Kaik! —dice con orgullo la ardilla Chispita, su amiga.
Kaik baja con elegancia, despacio, sin hacer alboroto. Usa su vista y su olfato fino para encontrar lo que otros no pueden ver. Ella limpia la selva. Se lleva lo que la vida ya dejó atrás, ayudando a que el volcán y su alrededor no se enfermen.
—¡Qué asco! —grita a veces Chispita.
—¡Qué importante! —responde Kaik con calma—. Todos tenemos una misión en este mundo.
Un día, un grupo de turistas llegó al bosque. Uno de ellos miró a Kaik y dijo:
—¡Qué feo ese pájaro!
Kaik lo oyó, pero no se enojó. Solo giró en el aire, como bailando.
La abuela Juana, que vive cerca del volcán, sonrió y les dijo:—Ese zopilote que ustedes ven es más sabio que muchos. Sin ella, este lugar estaría lleno de enfermedad y malos olores. Es la doctora del volcán, aunque no use bata blanca.
Los niños abrieron los ojos como tortillas recién infladas.
—¿De verdad, abuelita?
—Claro, m’ijos. Cada animal, aunque no cante bonito o tenga colores brillantes, tiene su razón de ser.
Desde entonces, los niños saludan a Kaik cada vez que la ven volar:
—¡Gracias, Kaik, por cuidar nuestro volcán!
Y Kaik, con su vuelo elegante, da vueltas en el cielo como diciendo:
—¡De nada, patojos!
Moraleja:
No todo lo bonito es lo más valioso. En la naturaleza, todos los seres tienen un propósito. Como Kaik, la zopilote del volcán, que con su trabajo silencioso, mantiene el equilibrio del ecosistema.
Autor: Álvaro Rojas Meléndez
Título: Kaik el Zopilote: Guardiana del Volcán Santiaguito.
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