Vivía en un lugar sagrado, al que en idioma Mam llaman Tuigucxcingán, el Volcán Siete Orejas. Su espíritu era tan poderoso que los antiguos sacerdotes mayas viajaban desde tierras lejanas solo para rendirle culto. Entre cantos y copal, elevaban sus ruegos buscando el favor de Xuculem, pues sabían que ella no era solo viento: ella era el origen, la fuerza que había esculpido los barrancos, levantado las montañas, y que a su capricho podía torcer el destino de los hombres.
Dicen que su presencia era tan intensa que más de algún sacerdote quedaba prendado —como hechizado—, sintiendo que caminaba dentro del mismo aliento de Xuculem. Pocos podían soportarlo. Los que lograban verla, contaban que su silueta flotaba entre las nubes, como una mujer hermosa de cabello largo, danzando al ritmo del viento. Pero ay de aquellos que intentaban acercarse demasiado, porque terminaban rendidos, incapaces de soportar su energía.
La leyenda cuenta que Xuculem, pese a ser un espíritu, sintió un día algo que nunca había sentido: atracción por un humano. Era Ahau Galel, un noble guerrero maya, descendiente de linajes antiguos que habían hecho pactos con ella. Desde pequeño, Ahau Galel demostraba astucia y entrega. En cada batalla, el viento lo acompañaba, como si manos invisibles lo empujaran lejos del peligro.
En su última guerra, cuando Ahau Galel se vio superado por los enemigos, Xuculem no pudo resistirlo más. Tomó forma del ave más sagrada, un quetzal, símbolo de libertad, de alma pura. Con sus plumas verdes resplandecientes y pecho rojo como la sangre, el quetzal sobrevoló el campo de batalla y se posó suavemente sobre el cuerpo herido del guerrero, envolviéndolo en un canto que hizo estremecer a los volcanes. Desde entonces, el espíritu de Ahau Galel quedó bajo el dominio de Xuculem, guardado para siempre en el Volcán Siete Orejas, su casa eterna.
Pero la historia no acaba ahí. Xuculem tuvo descendencia. De la unión mística entre su esencia y la humanidad nacieron Juan Noj El Mayor y su esposa María, quienes habitaron el imponente Volcán Santa María. Y de ellos, nació Juan Noj El Menor, quien mora en el Santiaguito, el volcán hijo, siempre humeante, siempre inquieto. Se dice que Juan Noj El Menor necesita almas para reconstruir su casa, pues las erupciones constantes destruyen su morada una y otra vez.Hoy, Xuculem aún habita en el Volcán Siete Orejas, pero ya no muestra su belleza. La oculta tras la figura de una anciana del viento, para no seguir atrayendo curiosos a su territorio. A diferencia de su nieto Juan Noj, ella reina sobre un lugar de paz y calma, donde las nubes densas ocultan secretos aún por revelarse.
Quienes suben a esos parajes altos, donde el aire se vuelve delgado y las orejas del volcán parecen escuchar cada suspiro, cuentan que al atardecer, cuando el sol baña la cima de oro, todavía se siente el aleteo suave de un quetzal entre las sombras. No es cualquier ave: es Xuculem, vigilando. Algunos dicen que si escuchás con atención, el viento te susurra tu nombre. Si eso pasa… no respondás. Porque responder es aceptar su llamado, y quien acepta su llamado, jamás vuelve igual.
Así, generación tras generación, el viento sigue contando esta historia. Y quienes escuchan, no pueden evitar estremecerse, porque saben que la Madre de los Siete Vientos aún vigila, aún sopla, y aún guarda celosamente los secretos de los volcanes que dieron forma a esta tierra mágica llamada Guatemala.
Autor:
Alvaro Rojas Melendez.
email: alvarome2003@gmail.com. 11/05/2025
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